Sobre lo anterior relacionado con las condiciones y factores de la apertura.
Examinemos ahora las diversas formas o, si se prefiere, las diversas acepciones que puede tener la expresión: "una mente abierta".
Decíamos anteriormente, que una mente es “abierta” en la medida en que sabe elevarse a un punto de vista universal. Pero de manera más inmediata (y según el uso más común), lo reconocemos como tal en la medida en que es capaz de acoger al otro, las ideas, los gustos, los proyectos, los puntos de vista del otro en su alteridad, y por supuesto, comprometiéndose a considerarlos con imparcialidad, incluso con un prejuicio favorable, por muy opuestos que sean a sus ideas, a sus proyectos, a sus gustos.. se trata de empatizar. Sin embargo, ésta recepción puede tener lugar en diferentes niveles y, por así decirlo, según diferentes direcciones y dimensiones. Básicamente y como primera aproximación, distinguiremos entre una apertura “horizontal” o “amplia” y una apertura “vertical” o “en profundidad”. La primera se mide más por la cantidad de información, y la segunda más bien por la concentración del significado. Uno es el del erudito, y el otro el del meditativo. Pero la realidad no puede reducirse a éste esquema demasiado simple y son necesarias nuevas distinciones, porque hay muchos niveles de profundidad y la penetración del significado se articula de diferentes maneras con la riqueza de la información.
El erudito puro, absorto en su especialidad, prodigiosamente informado sobre todo lo que le concierne, pero incapaz de interesarse lo más mínimo en lo que no le concierne, es todo lo contrario de una mente abierta. Su especialización, al concentrar su interés en un sector particular de lo pensable, lo cierra a todo lo demás. Lo que está en cuestión aquí no es, si debe notarse, la extensión de su conocimiento, el valor de sus juicios en un dominio dado y tampoco su ignorancia, tal vez monumental, en otros dominios: como es el hecho de que para él nada existe, y nada merece atención fuera del campo de su especialidad concreta.
Es más probable que hablemos de apertura con respecto a ciertas mentes cuya información (y sobre todo su curiosidad) parecen verdaderamente universales. A veces, es cierto, estas enciclopedias vivientes tienen poca o más sustancia que las primeras páginas del periódico. Uno estará “en el conocimiento” de muchas cosas: hechos, personas, libros, ideas “inactivas”, sistemas y tendencias; tendremos "claridades de todo", pero esa claridad es incapaz de iluminar verdaderamente. Habremos oído hablar o hablaremos en alguna ocasión del existencialismo, estructuralismo de la época de los años XX, también de aquella se habló mucho del tomismo, pero no eran más que palabras de palabras, acompañadas de fórmulas estereotipadas, a veces caricaturescas, y rara vez unas anécdotas inéditas. Lo que te permitirán ser un brillante conversador donde las ideas son útiles para la mera afición. Sin embargo, un conocimiento superficial no es necesariamente un conocimiento sumario. Ponemos, sobre una persona, un libro, un evento, tener una gran cantidad de información, de ser capaces de proporcionar esa gran cantidad de información, de declaraciones precisas y exactas, y quédate con todo eso “allá afuera”. Saber de memoria el índice de una enciclopedia, e incluso, conocer las circunstancias de su composición, las fechas de sus diversas ediciones, etc. Pero no es comprenderlo, penetrar en su estructura, captar su movimiento general "desde dentro". La apertura, (quizás), es de un ancho inmenso, pero esa persona, aún permanece aquí en la superficie.
La compañía de los entes superiores suele ser agradable y siempre se gana algo. La amplitud y diversidad de sus conocimientos facilita su vida de relación y, por secuencial que sea, éste conocimiento resultará a veces un buen instrumento al servicio de fines y valores elevados, si la apertura en la superficie se acompaña en ellos de una apertura en profundidad, por muy indirecta que sea la relación de este último con aquél. Es posible, de hecho, ceñirse a la información puramente externa contrastada, con una comprensión real de los datos recopilados, sin un gran deseo de penetrar en su significado, estando por lo demás “abierto” a las ideas más generosas. Un profesor normal podrá adquirir cierta competencia sobre la materia que enseña, historia, por ejemplo, y así fascinar a sus alumnos, mientras que su interés no es en modo alguno una búsqueda de la verdad histórica, sinó la causa de la que pretende servirse para su prestigio y su influencia. La superficialidad es entonces dada y compensada, pero queda, en su dominio como una superficialidad.
¿Podemos incluso, en éste caso, hablar realmente de apertura?. De hecho, si examinamos nuestros juicios sobre los hombres, vemos que la mente “abierta” no es, para nosotros, la que sabe o busca saber: sinó la que comprende y busca comprender. Más particularmente, y por lo tanto, la mentalidad abierta se distingue del deseo natural de comprender el "por qué" y el "cómo": la mente "abierta" es aquella que comprende y busca comprender las diversas formas de pensar, de sentir, del querer: las ideas, los proyectos, las elecciones sean las que sean y sin ninguna exclusión. Pero eso, en sí mismo, debe ser "entendido" todo ésto correctamente.
Un inferior está generalmente tentado de acusar de incomprensión a un superior que no aprueba todas sus iniciativas y todas sus fantasías. Los jóvenes siempre debieron sentirse más o menos incomprendidos por los viejos y hoy ese sentimiento, que ensancha la brecha entre las generaciones, alcanza la nitidez trágica. Pero comprender, no es necesariamente condonar o incluso excusar. Sin embargo, vale la pena examinar el asunto más de cerca.
Hace tiempo, leí un artículo donde el autor apoyaba su opinión con un argumento muy apretado. Comprendo (o creo comprender) perfectamente cada una de las proposiciones, pero me fue imposible captar la secuencia. Entiendo que el autor estaba concluyendo, pero no observé qué motivaba su conclusión. No es el significado de “por lo tanto” lo que se escapa, sinó su justificación, su valor. Se puede decir, en éste caso, ¿que entendí el artículo, o que entendí al autor?. Él no lo admitiría. Como no percibo la consecuencia que él percibe, es porque no comprendí bien su pensamiento: no se observan las cosas bajo la misma luz, sobre otros pre-supuestos, no se pueden dar a las palabras el mismo sentido que él expresa. En resumen, no entender, no significa tener la mente cerrada. Tal interpretación, en su generalidad, es obviamente insostenible. Porque el autor bien podría equivocarse, cometer paralogismos, partir de premisas erróneas, dar en el punto de partida una problemática o un método que le impida reintegrarse a la realidad, etc. O bien, llevado por su convicción, se habrá imaginado conexiones lógicas inexistentes. La apertura y la comprensión no pueden abolir o suspender el pensamiento crítico. Hay casos en los que es necesario saber decir claramente: ¡No, no estamos de acuerdo!. Esa apertura que todo lo acepta, que todo lo aprueba, sigue siendo superficial. No se abre en profundidad a la Verdad. Distinguimos dos formas de ella, que corresponden a dos tentaciones específicas del historiador de esas ideas.
Es más probable que la primera tentación se encuentre en los historiadores interesados en las “ciencias humanas”. Consiste en favorecer interpretaciones reduccionistas: económicas, sociológicas, psicológicas, etc., hasta el punto de considerar como superficiales, y buscadas a posteriori, por las justificaciones racionales aportadas por el autor. El psicoanálisis por un lado, el marxismo por el otro.. ¿pueden servir como ejemplos?. Allí, como aquí, no es la razón. ¿Quién dirige la orquesta, el inconsciente o son las infraestructuras?. El pensamiento de un autor será, pues, explicado ante todo, o ya sea por su historia íntima, o por sus impulsos reprimidos, por sus complejos transmitidos desde la infancia o por los pasajes subterráneos del ego, etc., o bien por las condiciones económicas y sociales de su época y su medio, sus prejuicios de clase, etc. ¿Y que hay de verdad en estas explicaciones?, ¿pueden esclarecer el pensamiento de un autor?, ¿nadie lo duda o, ni debe de dudarse?. Pero, ¿es evidencia de una mente verdaderamente “comprensiva” pretender haber “comprendido” un pensamiento rebajándolo del plano ideal y racional en el que se sitúa el pensador en un plano ajeno a su conciencia, o/a su intención?. Si realmente quieres "comprender", tienes que unirte cuando estoy en mi acto de pensar; Debes ser alcanzado de acuerdo a la dimensión espiritual. Ser empático con las ideas, con su pretensión de verdad universal. No se comprenderán más que comprendiéndolas, es decir, devolviéndolas a sus razones. Lo que no implica, (una vez más), que estemos de acuerdo con todo ello.
Y es aquí donde se amenaza con una nueva tentación: la del filósofo o aficionado a la filosofía. Consiste en poner la apertura mental en la capacidad de adoptar los puntos de vista más opuestos sin cuestionarse nunca su legitimidad o su validez. Las mentes de éste tipo demostrarán a menudo una maravillosa flexibilidad para captar la idea inspiradora de los sistemas, instalarse en ellos y seguir "desde dentro" su desarrollo, participando de algún modo en ellos y, por tanto, son capaces de aclarar o complementar, si es necesario, la exposición (por ejemplo, poniendo de manifiesto las conexiones lógicas cuyas mediaciones habían quedado implícitas). De hecho, se trata aquí de una comprensión real y sobre la base de una apertura real. Es otra cosa, en todo caso, es una simple curiosidad frívola para ellos. En la medida en que, por esta apertura, se penetra o se busca penetrar en el interior de los sistemas, para interpretar hechos, corrientes de opinión, etc., en fin, en la medida en que esta apertura se abre al sentido, no se le puede negar profundidad. Sin embargo, esta profundidad no llega hasta el fondo. Ella se detiene debajo de lo último, sobre el último significado. Tal actitud es extremadamente común hoy en día, donde muchos parecen avergonzarse de la modestia de tener razón. Decir: ésto es verdadero, no es falso, les parece de mala educación para algunos (no a todos, y uno puede encontrar que otros, por el contrario, están demasiado ansiosos por declarar absurdas todas las opiniones que no comparten).
“Sí, sí, diría alguno", uno puede apoyar eso, y de hecho muchos lo apoyan. Pero el otro punto de vista también es interesante. Porque estos son, por supuesto, solo "puntos de vista", no verdades firmes y claras. Y aplaudimos por su “amplitud de miras”. (Nótese, de paso, que una mente "amplia" no es lo mismo que una mente "abierta": nunca se es "demasiado abierto", pero se puede ser "demasiado amplio". -más, aprobándolo todo, justificándolo todo y renunciando así a una de las funciones esenciales de la mente, la función analítica). 'Amplios', somos en efecto tan pronto como lo 'interesante' se convierte en el valor esencial, frente al cual el valor de la verdad cuenta muy poco. Porque lo falso, (como sabemos), es a menudo más "excrutable" que lo verdadero, del mismo modo que el mal proporciona más fácilmente que el bien en el material para hacer una novela o una película "interesante". Es probable que los peores horrores, y los peores errores pasen por gestos y comentarios “valientes”. La mente "abierta", la mente "amplia" de la que aquí hablamos no siempre llegará tan lejos, pero evitará en principio el pronunciarse sin rodeos y sin escapatoria sobre el fondo. Menos por la dificultad (de ver) con qué indiferencia se mira. Entre tantas cosas “interesantes”, se ha perdido el interés por la Verdad.
¿Puede este rechazo, esta indiferencia, explicarse únicamente sobre la base de un escepticismo alimentado por el conflicto de ideologías, el ataque de la crítica, las negaciones tantas veces traídas por la experiencia a lo que pasaba por obvio?.. ¿Es el efecto de un cansancio, de un disgusto por la especulación, impotentes para transformar el mundo o para resolver problemas humanos reales?, ¿O es simplemente el miedo a ofender, el miedo a ser contradicho, el horror a la controversia?.. Un poco de todo eso sin duda, pero tal vez haya todavía algo más: Alergia a la Verdad o alergia al Ser. Así como algunos prefieren cazar a atrapar, la mente humana puede disfrutar del juego de la investigación, del examen de los problemas, hasta el punto de postergarlos indefinidamente, de no desear ya ni siquiera la solución. Sostener ésto, es tener que pronunciar un sí o un no sin apelación, entonces, ¿no sería eso detener las deliciosas idas y venidas del pensamiento?.. cuando para ellos la verdad aparece así como un obstáculo, como un estorbo. No sólo preferimos el conocimiento, es decir la perfección subjetiva que de Él recibe el sujeto, sinó que a éste mismo conocimiento preferimos el libre alvedrío de las ideas, y al gozo de conocer el placer de soñar. Porque si es cierto, como se ha escrito en alguna parte, "que el idealista piensa mientras que el realista sabe", hay que añadir que un pensamiento del que el conocimiento ya no es el término y la norma, ya no es más que un ensueño de la razón.
La actitud de la que estamos hablando, podría ser, por tanto, el índice de un pensamiento que se complace en sí mismo prefiriéndose a sí mismo al ser. A menos que, al negarse de tomar posición, pretendiera reservarse para una Verdad que desespera por alcanzar, pero cuyo absoluto relativiza cualquier afirmación de antemano. El escepticismo y el problema serían entonces el homenaje a una Trascendencia inaccesible. Sólo la negativa para responder tendría que proceder de éste poder de negación que, caracteriza a la intuición y estaría animado por lo absoluto; sería necesario, en otras palabras, que el pensamiento tienda, en el fervor y tal vez en la angustia, hacia lo imposible, en lugar de deleitarse con sus rodeos y sus peripecias. Tal actitud, suponiendo que fuera posible, vendría bajo otro tipo de apertura. La Indiferencia especulativa, es el miedo a la afirmación absoluta, alergia a oriente, es; no y no, y difícilmente pasará por la marca de una mente "abierta". Porque la apertura esencial de la mente, (la medida de su apertura existencial), es la apertura al Ser, a la Verdad, al Valor, que manifiesta su presencia a través del justo y correcto juicio.
Ni que decir tiene, que la decisión final, el sí o el no, presupone el esfuerzo por comprender y por tanto todo lo descrito hasta ahora como una apertura aún “en la superficie”. La dimensión de profundidad que hay que añadirle no hace, en principio, que la dimensión de anchura sea inútil o incidental. La exigencia de la verdad no es en modo alguno una excusa para la prisa, la negligencia, y menos aún para la estrechez y la parcialidad. Debemos tratar de ver quién tiene la razón y buscarla con una paciencia proporcional a la importancia de la cuestión, pero solo debemos afirmar aquello para lo que vemos con la razón. Y nunca deberíamos olvidar, que en todo pensamiento, en toda doctrina "algo seria", reside un elemento de verdad que hay que salvar y del que una mente "abierta" podrá sacar provecho. La discusión siempre es enriquecedora si se hace bien y, sobre todo, si se lleva a cabo con respeto y lealtad. El pensamiento personal de cada uno se dilucida, esclarece, fortalece y, si es necesario, rectifica en éstas conjeturas. Se dan cuenta (así) de sus implicaciones, de sus pre-supuestos y de sus debilidades. Y así se prepara el camino para una "reunión" óptima, bajo la iluminación común de la Verdad.
Assalamo aleikum.