Si envías banalización al interior, estarás inmerso en lo banal, y nunca aprenderás a elevarte de lo que es superficial. (Sh. Ahmad Salah)
La metafísica es el esfuerzo vigilante del pensamiento humano por comprender el conjunto de la realidad y sus razones. Su objetivo puede centrarse tanto en la realidad en su conjunto, aunque en ese caso adopta un cariz ontológico, como en el principio o las razones de la realidad, y entonces se vuelve más teológica, o bien en el que se esfuerza por entender la realidad, y eso le aporta una base antropológica. Toda metafísica implica, pues, una ontología, una cierta teología y una antropología.
En cuanto al esfuerzo del pensamiento humano, la metafísica no ha caído del cielo, sinó que se ha desplegado a lo largo de la historia y en el tiempo, aunque su pretensión de validez pretende superar su marco temporal. Puede decirse que ésta pretensión ha sido confirmada por su extraordinaria longevidad y especialmente por la de sus elementos fundamentales, que desearíamos humildemente aclarar aquí.
¿Qué es metafísico? Se podría demostrar que siempre está motivado por la voluntad de una analítica con una configuración especial sobre la metafísica, es decir, una configuración especial o caducada de la ontología, de la teología o del hombre, porqué todos esos autores tenían otra visión del ser, de su principio y del hombre, para proponer al futuro pensamiento. Es muy difícil, criticar a la metafísica sin presuponer y practicar otra. De modo que todos los grandes pensadores de la tradición han elaborado una metafísica, es decir, una ontología, una teología (cuyo principio supremo no tiene porqué ser la base creadora), y una antropología (que ha podido recibir el nombre desde la psicología, epistemología, fenomenología del ego o desde la hermenéutica). Éstas metafísicas adoptan siempre configuraciones diferentes, que han suscitado muchos debates animados, de los que se alimentan aún la filosofía y las discusiones sobre el sentido o el sinsentido de la experiencia humana. Como hemos destacado en la introducción, la razón mental se alimenta de aquello que se le inculca, y hemos dicho que no existe una sola metafísica, sinó muchas metafísicas. Se puede afirmar, y hay que hacerlo así para hacer justicia a la diversidad sobre las perspectivas, yá que es esencial para ese diálogo que tiene la humanidad consigo misma sobre el sentido de las cosas que son "metafísica", pero todo pensamiento metafísico descansa sobre los pilares hermenéuticos fundamentales que permiten hablar de una metafísica en singular.
La primera idea conductora de la metafísica es que existe cierto orden o sentido de las cosas (en el sentido subjetivo del genitivo: ese sentido es el de las propias cosas) que resplandecen en lo sensible; la orden es la conversión en el concepto (que tiene como misión) la estructura de una filosofía libre del antagonismo sobre la persecución del alma. En efecto, podemos observar en ello una regularidad, una coherencia, una permanencia, una legalidad, una finalidad; en una palabra, una racionalidad, utilizando los términos que hablan del logos del mundo. El prólogo de muchas Suras coránicas son el eco de ésta evidencia de la metafísica, y cuando se habla del logos, (que era en el principio (arkhē) -todo fue hecho en un principio- y que a su vez se hace referencia sobre el Generador. Éstos términos o evidencias hay que entenderlas en su sentido original como un orden que puede verse (a partir) de las cosas mismas.
Ese orden podemos verlo, porqué se trata sin lugar a dudas de una realidad que somos capaces de admirar con nuestros ojos y con nuestra inteligencia. Ésta visión presupone que "pensamos" al mismo tiempo sobre ésta realidad, puesto que reconocemos en ella una regularidad y un sentido que nos hacen presentir que posee ideas y cierta razón, al margen de nuestras dificultades o de nuestros límites para aprehender ésta razón y éstas ideas por sí mismas, por no hablar de la dificultad de conceptualizarlas. Sobre ésta cuestión, me parecen de gran interés algunas líneas de los místicos antiguos.. quitando la excesiva parafernalia típica de aquellos tiempos y sus circunstancias.
Seguir el orden de las cosas y mantenerse en él es lo propio de cada ser. Sin embargo, ver y desvelar el conjunto universal, (con que es moderado y regido éste mundo), es tan difícil como raro.
A esa tarea dificilísima se han consagrado mucho todas las metafísicas, de ahí que pueda afirmarse que todas las metafísicas se han esforzado por decir la misma cosa, en el mismo sentido, pero qué, al ser necesariamente balbuceante e imperfecta toda expresión de éste orden, cada una se ha preocupado de hacerlo de manera distinta, a fin de hacer justicia al sentido, evidente y secreto a la vez, de las cosas.
El primero que lo hizo, tomó la vía del eidos, que le permitía establecer una correlación entre la visión de nuestra inteligencia y el orden inteligible que ésta descubría en el mundo. El pensamiento que adopta la forma de un ver, de un eido, es la contemplación. El verbo significa en la forma verbal del aoristo (oida) que se sabe: y se sabe porqué se ha visto. Es difícil, pero no imposible. Ésta conjunción del ver y del saber se ha conservado en la mayoría de nuestros idiomas, en los que "veo" quiere decir "entiendo" o "sé". Ese ver es por supuesto transitivo: es ver algo que es el eidos (o la idea) en el propio mundo sensible. El eidos es efectivamente la forma o la apariencia de las cosas que se impone a nuestra atención en lo sensible y que nos permite reconocerlas: el árbol es un árbol porqué tiene la forma, el eidos, la apariencia, de todos los seres que comparten sus rasgos. De modo qué eidos puede traducirse por forma. El eidos es el aspecto general de las cosas, su tipo, que nos permite distinguir a unas de otras y que puede por tanto ser separado para ser considerado por sí mismo por el pensamiento.
La Ley natural, (como no es más que la participación de la Ley eterna en la criatura inteligente), ¡no hacer caso de la ley eterna! es no hacerlo de la misma ley natural.
La ley divina positiva sólo tiene su base en la ley natural; no hacer caso de la ley natural, es prescindir tambien de toda ley positiva y de toda la obligacion que resulta de ella. Prescindir, pues, de éstas cuestiones, es desentenderse de toda ley divina positiva, de toda ley natural, de toda ley eterna, de toda naturaleza y esencia, de todo fin determinado de los séres, de toda razón de obligación moral y del deber.. ¿No es, pues, el colmo de la impiedad y del absurdo el querer hacer algo sin la Divinidad como una obligación moral fuera de la naturaleza y de la esencia de los séres, naturaleza y esencia que los seres no tendrían sin esa Divina absorción, no resultando de una ley simplemente natural, (que no existiría sin la ley eterna), que no puede concebirse sin Allah? Guárdenos el cielo de atribuir a nuestros adversarios intenciones impías; más no por eso es menos cierto que incurren en absurdos, y que se encuentran convencidos de ignorar la alta metafísica de las leyes cuando tratan del derecho natural, así como se hallan convictos de ignorar la elevada metafisica del espíritu cuando hablan sólo de la razón natural.
Se nos preguntará, ha dicho éste autor con la seguridad que le es propia cuando pronuncia sobre un error, y se preguntará, cual es la fuerza de esa obligacion (independiente de toda intervencion divina), y cuál es su sanción. La razón nos dice que todo ser, o por lo ménos todo ser razonable, debe obrar conforme a su naturaleza y/a las relaciones esenciales que le enlazan con los demás seres, so pena, de ir contra su naturaleza, de caminar a la contradicción, al desórden y la destrucción: Ahí está la Ley.. Pues bien, el que busca la destrucción y los sufrimientos los encontrará: Ahí el castigo.
El señor Bayle, al tratar de establecer la posibilidad de una sociedad de ateos, y de una legislacion moral sin Divinidad, ha hablado del mismo modo: Desde el momento en que un ateo (ha escrito), puede apercibirse de que las verdades morales están fundadas sobre la naturaleza misma de las cosas, y no sobre las fantasías del hombre, puede creerse que está obligado a las ideas de la recta razón, como si fuese una regla del bien moral, distinta del bien útil. (Los ateos y los racionalistas de nuestros dias se expresan todos de la misma manera. He ahí, pues, el extraño apologista que está convencido al hablar, ni más ni menos, que del lenguaje de los ateos, y de participar de las insensatas doctrinas idolátricas, por las cuales trabajan, desde hace dos siglos, en hacer leyes que no necesiten de ninguna función divina, leyes ateas, y una sociedad sin Divinidad.)
Observad ahora la profunda inmoralidad de esa moral fundada sobre la existencia de un orden sin Divinidad, y sin otra sanción que el sufrimiento. Porqué, según esa moral, el hombre no tendria yá la verdad infinita, el bien infinito, no se tendría más que a sí mismo para su fin, aún natural, y no tendría yá ninguna Divinidad; pero no tendría más la verdad finita, el bien finito, no deberia buscar más que en éste mundo su felicidad. Pero entónces, el orden, su moral, su ley, no podrian ser más que la obligacion de evitar todos los padecimientos, y proporcionarse todas las satisfacciones que puede obtener sin exponerse a los nuevos sufrimientos; en una palabra, la obligacion de entregarse a desórdenes y de sustraerse al castigo. De donde, (por consiguiente), su orden, su ley, su moral, no serian más que el sensualismo más desenfrenado y abyecto. Así, ese desatentado jóven, del que hablamos, sería la figura misma de la impiedad y el cinismo en sus discursos y doctrinas.. lógicamente, estaría en contra de todo el deber con la sociedad, y por ende, sería un consumidor de todos los goces materiales que le sean posibles. Habría comenzado por decir que la Divinidad no es más que la razón humana elevada a su más alto poder; es decir, estaría negando al Creador; y el hombre, que no tiene otro simbolo que el ateismo, no puede tener razonablemente otra moral que el placer.. pero el placer no es felicidad. He ahí, pues, el sistema que un sacerdote católico francés que no ha temido ser sancionado por sus absurdas doctrinas y apoyar al carra ateo con mano sacrílega.
Ahora, para completar a la vez la solución sobre una cuestion de tan elevado interés, tenemos que explicar cuánto se ha engañado el semiracionalismo, y de qué modo tan grosero han caído en sus vituperables errores. Desde Arquelao, maestro de Sócrates, Demócrito, Aristipo, Anaxágoras, Pirthon, Epicuro, Carneades, y generalmente todos los antiguos filósofos escépticos, materialistas y ateos, enseñaban que los hombres son los que han inventado lo justo y lo injusto, la virtud y el crimen, y que la moralidad de las acciones humanas no está en la naturaleza, sinó en la opinión. Horacio ha querido decirnos, en nombre de la secta epicúrea, de la que era miembro, que los hombres fueron los que, después de haber inventado la razón y el lenguaje, edificaron las ciudades, establecieron las leyes que prohiben el robo, el asesinato y el adulterio. Hemos leído tambien de Cicerón el filósofo, poniéndose en contradiccion con Cicerón el teólogo, el intérprete de las tradiciones, afirmar, en nombre de la secta estoica, que el derecho, lo justo y lo honesto, no son más que invenciones de los hombres, al salir por sus propios esfuerzos del estado salvaje en que se encontraban en su orígen. Por manera, que con muy raras excepciones, los sabios del paganismo estaban de acuerdo en enseñar que no hay bien ni mal en sí: que una cosa no es buena sinó porqué está prescrita, ni mala sinó porqué está prohibida; y, en fin, que el bien y el mal en lo moral, no dependen más que de éstas leyes e instituciones humanas, y de las muchas presunciones y preocupaciones de los hombres.
(Continuación parte 2.)