EL DEVENIR.
El ser humano siempre ha albergado la idea de un flujo con una renovación, pero aún no entendió lo que significa la transformación. Al ser algo que es repetible y diferible, no hay en ellos un impulso irresistible ni tampoco el deseo irreprensible (para de alguna forma) llegar a la realización completa. No han experimentado lo que es el extrañamiento sin ningún reconocimiento ante la existencia, percibida por ellos como un dato que continúa de modo indefinido y nunca como un don inesperado, irremplazable.
Vayamos un poco más lejos en la descripción de éste mundo supuesto. Ha conseguido por mérito el hacernos tomar conciencia de lo que constituye la esencia de la noción de la vida. Se nos ocurre una palabra que parece caracterizar ésta noción: se trata del "devenir". Sí, ésto es la vida: algo que adviene y que deviene. Una vez acontecida, entra en el proceso del devenir. Sin devenir, no habría vida; la vida no es más que ir deviniendo. De éste modo, comprendemos la importancia que tiene el tiempo para nosotros. Es en el tiempo donde ésto se desarrolla. Ahora bien, ¡el tiempo es precisamente el que nos ha conferido conocer la existencia de la muerte! Vida-tiempo-muerte es un todo indisociable, salvo que sea muerte-tiempo-Vida. Por muchos malabarismos que hagamos, no podremos escapar a estas tres entidades concomitantes y cómplices que determinan todo el fenómeno viviente. Yá que si el tiempo nos parece un terrible devorador de vidas, es a la vez el gran proveedor de ellas. Soportamos su dominio y es el precio que hay que pagar para entrar en el proceso del devenir. Éste dominio se manifiesta a través de incesantes nacimientos y de muertes; fija la condición trágica de nuestro destino, y es una condición que podría ser también el fundamento de una cierta grandeza cargada de certeza.
La muerte corporal es causa de muchas angustias y del pavor que se convierte en el instrumento del miedo al que descubrimos con espanto que es necesaria para la vida. Lo descubrimos con espanto (o bien) desde un estado de recogimiento, según nuestro ángulo de visión, pues la muerte puede revelarse como la dimensión más íntima, más secreta, la más personal de nuestra existencia. Puede ser aquel lazo de necesidad en torno al cual se articula la vida. En éste sentido, un cambio de perspectiva se nos ofrece en lo corporal como si fuese "nuestra hermana más pequeña" que con el tiempo nos alcanza en altura. Un cambio de perspectiva se nos ofrece entonces: en lugar de mirar a la muerte desde éste lado de la vida con miedo, podríamos integrar a la muerte en nuestra visión de la vida y configurar la vida desde el otro lado, que es nuestra muerte. En ésta posición, mientras estamos en vida, nuestra orientación y nuestros actos serían siempre impulsos hacia la vida. Alguien dijo: "acuérdate de la muerte una vez al día" para que te vayas haciendo a la idea.
Si no hacemos ésta inmersión, permanecemos dominados por una visión cerrada, según la cual, hagamos lo que hagamos, nuestra vida se convierte en el pez que se muerde la cola, con una conclusión que se resume en una palabra: la nada. De ello se sigue que vemos el desarrollo de nuestra vida como la estancia en una prisión para un condenado a muerte, cuya ejecución es aplazable pero ineluctable, o como la veloz carrera de una moto conducida a tumba abierta por un loco, hasta que le sobrevenga el accidente que a la vez es imprevisto y también previsible. En cambio, si consideramos la vida a partir de una comprensión profunda de nuestra muerte, gozamos de una visión más abierta en la medida en que, justamente, conforme al proceso del origen de la vida, tomamos parte en la gran aventura de cada momento de nuestra vida, y es entonces.. un impulso hacia la vida.
Es aquí donde nuestra reflexión tiene que llegar a la esquina, para ayudarnos a avanzar, y que prestemos atención a aquellos de nuestros predecesores que han abordado seriamente el asunto de la muerte. ¿Nos fiaremos más de la sesuda especulación filosófica, o de las palabras de los poetas?.. Con su lírica fulgurante que suscita la intuición con su formulación eminentemente encarnada. Pensamos en los poetas metafísicos, que algún legado han dejado por aquí.
Pero el punto de vista más original, (es sin duda), el que da cada uno de su propia muerte. Proponte darle un poco de tiempo para escuchar su voz. Nos resultaría casi imperdonable no hacerlo, yá qué, esencialmente, es una evidencia.
Sobre un fondo de combates, de éxodos, bombardeos y enfermedades, cuyos nombres son sinónimos de muerte - cáncer, sida, malaria, ébola, neumonía, meningitis, cólera, etc. nuestra vida pendió un hilo durante largos años. Los de nuestra generación pensábamos que moriríamos jóvenes; cuando veíamos la fragilidad de la salud.. unos más que otros. Sin embargo, nuestro deseo de vivir nunca había sido tan intenso. Nuestra necesidad de existir no tenía límites. El más mínimo rayo de sol o la menor gota de rocío nos hacía palpitar. El pequeño sorbo de leche recién ordeñada tenía para nosotros un sabor infinito; estábamos con la pasión del amor que yá nos había apresado con sabor de miel y canela en polvo.
Parece un cuarteto éste eco de experiencia dado por un mendigo:
Y tomamos conciencia de lo qué era la proximidad de la muerte, que nos empujaba en ésta urgencia por vivir, y que la muerte se escondía dentro de nosotros como una amante que nos arrastra hacia la forma de realización. Así, también opera dentro de un árbol frutal, que pasa del estadio de las hojas y de las flores al de los frutos; los frutos que significan a la vez un estado de ser en plenitud y el consentimiento, (al final), cuando la fruta cae al suelo. Haciendo entonces al iniciado con la edad de ocho años, cómo una forma de realización que él repetía: "Poco importa la duración de la vida, siempre que mueras de una muerte que será Mía"..
Allah da a cada cual la muerte que le es propia. Al morir aquella vida nace, en la que tuvo amor, cierto sentido y pena. Pues sólo somos una hoja en un gran árbol. La muerte que todos llevan en sí, es el fruto en torno al cual todo da vueltas. Por ella se despiertan las muchachas, y, como un árbol de dónde brotan los laúdes, con esa sintonía lo ansían los muchachos para hacerse hombres; y las mujeres son confidentes de los jóvenes, para los miedos que nadie más podría asumir. Y por ella perdura lo observado como eterno, aunque hubiera transcurrido hace tiempo; y todo el que formaba o construía se hizo un mundo por ese fruto, se congeló y después se enroscó en torno de él y lo alumbró. En ese fruto entró todo el calor del corazón y un blanco ardor fue para los cerebros.. pero pasan los ángeles como bandadas de pájaros y ellos encontraron que estaban todos los frutos allí reunidos.
Continúa en el artículo: LO QUE ADVIENE.
Assalamo Aleikum.