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jueves, 26 de octubre de 2023

LA HERMOSURA ESENCIAL Y LA REALIDAD. (2° Dinámica).

LA HERMOSURA ESENCIAL Y LA REALIDAD. (2° Dinámica).
El obrar de la conciencia piadosa, es, (ante todo), que debemos retomar el ánimo del sí mismo, de tal modo, que es como un singular que tiene una realidad.

El espíritu que sabe del Espíritu, tiene conciencia de sí mismo, (y es ante todo), una forma de lo objetivo; éste espíritu es esencia; y lo es al mismo tiempo, el ser para sí. Y es para sí, en el lado de la autoconciencia, y lo es, además, contra el lado de su conciencia o del referirse a la determinabilidad de lo que se trata solamente.

Es el ánimo puro el que se ha encontrado para nosotros, o en sí y se ha satisfecho en sí mismo, pues aunque para él, en su sentimiento, la esencia se separe de él, en sí éste sentimiento es un sentimiento de sí mismo, que ha sentido el objeto de su puro sentir, y él mismo, es éste objeto, que surge, pues, de ésto como el sentimiento del sí mismo o como algo real que es para sí. En éste retorno a sí mismo, deviene para nosotros la segunda actitud, la actitud de la apetencia y el trabajo que confiere a la conciencia, con la certeza interior de sí misma, y ésta certeza que ha adquirido para nosotros, se la confiere mediante la superación y el goce de la esencia ajena, o sea: de la esencia principal bajo la forma independiente. Pero la conciencia desventurada sólo se encuentra como conciencia apetente y laboriosa; pero no advierte, que para encontrarse así, tiene que basarse en la certeza interior de sí misma y que su sentimiento de la esencia es éste sentimiento de sí misma. Y, en cuanto no tiene para sí misma ésta certeza, en su interior sigue siendo más bien una certeza rota de sí misma; por lo tanto, la seguridad que adquiriría mediante el trabajo y el goce es también una seguridad rota; o más bien diríamos que ella misma destruiría ésta seguridad, de tal modo que, aun encontrando en ella la dicha seguridad, sólo será la seguridad de lo que ella es para sí, (es decir), de su desdoblamiento. (Yá hemos tratado en otros artículos sobre lo que significa éste desdoblamiento.)

La realidad contra la que se vuelve la apetencia y el trabajo, yá no es, (para ésta conciencia), algo nulo en sí, yá que es algo que ella hace simplemente por superarse y devorar algo como ella misma es: una realidad rota en dos, que solamente es nula de una parte en sí, mientras que de la otra parte es un mundo sagrado; ésta es la figura de lo inmutable, pues ésto ha conservado en sí la singularidad y, por ser universal en cuanto es inmutable, su singularidad tiene en general la significación de toda la realidad.

Si la conciencia fuese conciencia para sí, en cuanto a independiente, y la realidad, para ella, fuese algo nulo en y para sí, llegaría en el trabajo y en el goce al sentimiento de tal independencia, por cuanto que sería un goce para ella misma la que superaría la realidad. Sin embargo, siendo ésta para ella <la figura de lo inmutable> no puede superarlo por sí sola, sinó que, cuando en verdad llega a la anulación de la realidad y al "ésto" que sólo sucede para ella, esencialmente, porque lo inmutable mismo abandona su figura y se la cede para que la goce. A su vez, la conciencia surge aquí, asimismo, como real, pero como algo también interiormente roto, y éste desdoblamiento se presenta en su trabajo y en su goce, en desdoblarse en una actitud ante la realidad o el ser para sí y en un ser en sí. Aquella actitud ante la realidad es el alterar o el actuar, el ser para sí, que correspondería a la conciencia singular como tal. Pero en ello es también en sí: aunque este lado pertenece al más allá inmutable; que está formado por las capacidades y las fuerzas, (un don ajeno que lo inmutable cede también a la conciencia para usarlo). Por tanto, en su actuación, la conciencia es, (por el momento), la relación entre los dos extremos; y se mantiene, de una parte, como el más acá activo y frente a ella aparece la realidad pasiva, ambas en relación de la una con la otra, pero ambas también retrotraídas a lo inmutable y aferradas a sí. De ambos lados se desprende, (por consiguiente), tan sólo algo muy superficial que se enfrenta al otro en el juego del movimiento. El extremo de la realidad es superado por el extremo activo; pero ella, por su parte, sólo puede ser superada porque su esencia inmutable la supera a ella misma, se repele de sí y abandona lo repelido a la actividad. La fuerza activa se manifiesta como la potencia en que se disuelve la realidad; pero, por ello, para ésta conciencia, para la que el en sí o la esencia es un "otro", ésta potencia con la cual aparece en la actividad es el más allá de sí misma. Por tanto, en vez de retornar a sí desde su acción y de haberse probado a si por sí misma, lo que hace es reflejar éste movimiento de la acción en el otro extremo, que se presenta de éste modo como puro universal, como la potencia absoluta desde y donde arranca el movimiento hacía todos los lados y que es tanto la esencia de los extremos que se desintegran, en su manera primitiva de presentarse, como la esencia del cambio mismo.

Cuando la conciencia inmutable renuncia a su figura y la abandona y, frente a ello, la conciencia individual le da gracias, (es decir), se niega a la satisfacción de la conciencia de su independencia y transfiere de sí al más allá la esencia de la acción. Cuando se dan éstos dos momentos de la entrega mutua de ambas partes, con ello nace, (ciertamente), para la conciencia su unidad con lo inmutable.. Pero, al mismo tiempo, ésta unidad es afectada por la separación, de nuevo rota en sí y surge nuevamente de ella la oposición de lo universal y lo singular. La conciencia, aunque renuncie a la apariencia de la satisfacción de su sentimiento y de sí misma, adquiere, sin embargo, la real satisfacción de éste sentimiento, yá que ella ha sido apetencia, trabajo y goce: y como conciencia, ha querido, ha hecho y ha gozado. Y su gratitud, con la que reconoce al otro extremo como la esencia, si se supera, es también su propia acción, que contrarresta la del otro extremo y opone al beneficio que se abandona en una acción igual; si aquel extremo le cede algo superficial de sí mismo, la conciencia da gracias también y, con ello, al renunciar a su propia acción, es decir, a su esencia misma, hace propiamente más que el otro, que se limita a ceder de sí algo superficial. Por tanto, no es solamente en la apetencia, el trabajo y el goce reales, sinó también incluso en la misma gratitud, en la que parece suceder lo contrario, y el movimiento en su totalidad se refleja en el extremo de la singularidad. La conciencia se siente aquí como éste singular y no se deja engañar por la apariencia de su renuncia, pues la verdad de ella reside en no haberse entregado; lo que se ha producido es solamente la doble reflexión en los dos extremos, y el resultado es la escisión repetida en la conciencia contrapuesta de lo inmutable y en la conciencia del querer, el realizar y el gozar de los contrapuestos y de la renuncia a sí misma de la singularidad que es para sí, un buen abrazo en general.

Assalamo aleikum.