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martes, 29 de julio de 2025

¿TIENE LA RAZÓN TOTALIDAD?

¿TIENE LA RAZÓN TOTALIDAD?
En éste artículo, trataré de presentar una explicación introspectiva de la razón, que busca comprender lo que puede parecernos aceptable en cada una de las perspectivas presentadas hasta ahora, pero sin sus dificultades inherentes. Lo importante de ésta explicación es el incorporar las ideas esenciales, aunque puedan ser dispares e incluso puedan ser en algunos casos contradictorias. Existe una tendencia en buscar sólo en la filosofía y descartar por completo las doctrinas con las que no estamos de acuerdo. Grosso error.

Sin embargo, la opinión puede ser errónea sin serlo del todo. Tampoco todo lo malo es lo peor de lo peor. Al examinar el desarrollo histórico de las teorías en la filosofía de la mente, observamos que las mismas dificultades vuelven a aparecer una y otra vez. Encontramos una generación que aborda el aspecto cualitativo de la mentalidad, la siguiente se centra en el estatus científico y la siguiente en el problema del contenido mental. Luego el ciclo se reanuda, con cada generación redescubriendo lo que sus predecesores pasaron por alto.

Sería absurdo, en éste contexto, reivindicar la originalidad o novedad de cualquier punto de vista, yá que ningún punto ha sido planteado por filósofos más o menos originales. La postura aquí, es una versión sabida que se desarrolló a lo largo de muchos años. 
Siempre he enfatizado la importancia de la metafísica -y muy en especial de la ontología-, es decir, nuestra mejor explicación de lo existente para el sistema de la mente. Existen numerosos resultados importantes sobre las mentes y su lugar en la naturaleza que se derivan de lo que considero una ontología plausible por sí misma. Aunque muchos de éstos resultados se alejan de las concepciones predominantes de la mente, pienso, que lo mejor es tratarlos paulatinamente y por secciones, para un mejor entendimiento. Parte de todo ésto yá se encuentra en los diferentes artículos de los blogs. 

Dicho ésto, es hora de que nos pongamos a trabajar.

Trasfondo metafísico:
La filosofía de la mente actual tiene un componente empírico significativo. Muchos filósofos de la mente se consideran científicos cognitivos e insisten en distanciar sus investigaciones de los objetivos de una tradición filosófica que distingue claramente la ciencia de la filosofía, con la esperanza de reemplazar la especulación desenfrenada de la metafísica con teorías basadas en la ciencia. Ésto no implica necesariamente dejar de lado las preguntas y embarcarse en una investigación empírica del campo.
Sin embargo, debemos distinguir entre tomar en serio los frutos de los esfuerzos experimentales e imaginar que los problemas profundos que rodean la mente se evaporarán una vez que formulemos nuestras preguntas de una manera que lo hace susceptible de una solución experimental. Tal como se presentan las cosas ahora, incluso si tuviéramos una teoría empírica de la conciencia completamente adecuada, no estaríamos necesariamente en condiciones de distinguirla como tal; pues nuestro problema no es tanto la falta de información detallada como la ausencia de un marco adecuado para dar sentido a cualquier información que pudiéramos obtener. Tenemos mucho que aprender sobre la mente. Pero, como ejemplo destacado en la actualidad, es difícil ver cómo cualquier descubrimiento neurobiológico concebible podría explicar las modalidades de la experiencia consciente.

Lo que sugiero es qué, antes de poder aspirar a ofrecer una teoría empírica de la mente, debemos tener una concepción clara de la ontología subyacente. Ésto nos proporcionaría -no un sistema axiomático del que derivar hechos sobre la mente-, sinó una estructura adecuada dentro de la cual ubicar los hechos empíricos. El punto fuerte de cualquier ontología, creo, reside en su fortaleza: su capacidad para proporcionar una descripción general plausible de cómo son las cosas. Ésta descripción debe ser coherente, al menos en términos generales, con las observaciones de sentido común reguladas por las ciencias. Sin embargo, va más allá de las ciencias al proporcionar un marco unificado dentro del cual se pueden ubicar las afirmaciones de las diferentes ciencias; pues todas las ciencias no hablan con una sola voz.

Comencemos con una primera aproximación. El mundo contiene objetos que guardan relaciones espaciales y temporales entre sí. Algunos objetos son complejos porque tienen objetos como partes, y otros son simples porque no están compuestos de otros objetos. No pueden demostrar que algunos objetos sean simples. Negar ésto implicaría que todo tiene objetos como partes. Admitiendo ésto, cómo una posibilidad abstracta, no veo cómo podría funcionar. (J. Lowe lo llamó: «una sensación de vértigo»). Las cosas complejas dependen para su existencia de sus partes, es decir, de las cosas que las componen. Pero si cada cosa estuviera compuesta de otras cosas, no parecería haber nada que fundamentara la existencia de nada.

Se ha descrito el mundo como un conjunto de cosas. Considero que es una cuestión empírica (es decir, una cuestión para la ciencia: la cuestión de qué son las cosas y cómo son). Las cosas pueden ser esferas con forma de partículas, como los átomos, concebidos por los antiguos. Las cosas, en cambio, pueden ser campos, puntos, regiones del espacio y el tiempo, o incluso algo más extraño.
Si las cosas son campos o regiones del espacio-tiempo, entonces su movimiento es meramente aparente; regiones sucesivas que adquieren y pierden propiedades de una manera particular. Para un ejemplo concreto, considere el movimiento de una escena que se muestra en una pantalla de televisión, o el flujo de luces intermitentes en movimiento. Quizás éste sea el caso general. Una bola de billar rodando sobre la mesa es, de hecho, una sucesión de perturbaciones tangentes en el espacio-tiempo.

Sean o no esferas las cosas, son portadoras de propiedades. Cuando consideramos algo, podemos considerarlo como portadores de propiedades, que en sí mismas no pueden predicarse como una propiedad, o podemos considerar sus propiedades. Ésta bola de billar, por ejemplo, podemos considerarla como algo verde, esférico y con cierta masa. Por lo tanto, consideramos la bola como una «sustancia», es decir, portadora de propiedades que en sí mismas no se predican. Pero también podemos considerar las propiedades de la bola: su color, su esfericidad, su masa. Al hacer ésto, reflexionamos sobre las formas que la bola tiene. Las cosas, entonces, incluso las cosas simples e incompuestas, tienen una estructura. Pero las propiedades no son partes de las cosas. El color y la esfericidad de la bola de billar no son partes de la bola, de la misma manera que sus partículas constituyentes lo son. La bola no se construye a partir de sus propiedades.
Una cosa, entonces, es portadora de propiedades. Aunque podemos distinguir entre las cosas como portadoras de propiedades y las propiedades que poseen, las cosas y las propiedades solo pueden separarse en el pensamiento (no en la realidad). Una cosa no puede existir aislada de sus propiedades, ni las propiedades pueden existir aisladas de la cosa. Una cosa puede adquirir o perder propiedades, pero ésto no significa que sus propiedades se transfieran a otro lugar. Una propiedad no es más que una forma particular en que una cosa existe. Una cosa puede dejar de ser de una manera y convertirse en otra, pero éstas formas no pueden transferirse a otras cosas ni fluir libremente. Una cosa no puede existir sin propiedades, como algo puramente particular, sin ninguna forma de existir.

Ésta es la descripción de las propiedades, aunque me he distanciado deliberadamente de la idea de que las propiedades son "universales". Algunos defensores de los universales sostienen que éstos son entidades trascendentes que existen fuera del espacio y el tiempo, y que las cosas particulares participan en ellos o son instancias de ellos. Ésta concepción de los universales se asocia con la idea Platónica. Otra concepción, quizás de Aristóteles, pero defendida M. Armstrong, ubica los universales en sus (instancias), concibiendo la esfericidad universal como plenamente presente en cada una de sus instancias espacial y temporalmente específicas. El universal se construye, en cierto sentido, a partir de sus instancias, aunque éstas no sean sus partes. El universal -recordemos- está plenamente presente en cada una de sus instancias.

Aquellos filósofos que consideran las propiedades universales argumentan que ésto resuelve el problema de uno sobre muchos. Consideremos la bola de billar verde y una bandera de advertencia ferroviaria. La bola de billar y la bandera son iguales en un aspecto y diferentes en otros. En otras palabras, la bola y la bandera comparten una propiedad, o tienen «la misma propiedad». El defensor de los universales se toma en serio las dos expresiones entre paréntesis en la oración anterior. Si la bola y la bandera comparten una propiedad, entonces hay algo, una propiedad, que ambas poseen. Ésta propiedad, (el color verde), que es común a todas las cosas verdes. Así es como se establecen las similitudes entre las cosas en sus propiedades comunes, mientras que las diferencias están determinadas por las propiedades que no llegan a compartir. Puede que la discusión sobre los universales le parezca ambigua. La ambigüedad puede reducirse un poco si llegamos a considerar que distinguimos deliberadamente entre universales y particulares, es decir, cosas concretas, como banderas de advertencia y bolas de billar. Lo que es cierto de un particular no necesariamente lo es de un universal. Pero ésto nos sirve de poca ayuda. Sigue siendo difícil ver qué implicaría que un universal estuviera presente en algo, como explica Platón, o qué significaría decir (como lo hace Armstrong) que un universal está plenamente presente en cada uno de sus ejemplos. Esperamos superar éstas dificultades desarrollando una explicación de las propiedades que las tome en serio, pero sin comprometerse con los universales.

Las propiedades como métodos especializados.
Antes de analizar más detenidamente la naturaleza de las propiedades, conviene preguntarse por qué exactamente deberíamos imaginar que el mundo incluye tales entidades. Muchos filósofos niegan la existencia de propiedades y argumentan que hablar de propiedades debería sustituirse por hablar de clases de cosas. Por ejemplo, una cosa verde no es algo que tenga la propiedad de ser verde, sinó simplemente algo que pertenece a cierta clase: la clase de las cosas verdes. Las cosas pueden pertenecer a ésta clase porque son similares, pero ésta similitud es un aspecto irreducible de las cosas.

Éste no es el lugar para analizar éstas perspectivas en detalle. Me contentaré, en cambio, con llamar la atención sobre dos puntos simples. Primero, es natural preguntarse por las similitudes de las cosas en virtud de las cuales pertenecen a la clase de cosas verdes. Éstas cosas son similares en algunos aspectos y diferentes en otros. Consideremos la bandera y la bola de billar verde: son diferentes en forma, tamaño y masa, pero similares en color. Ésta perspectiva de la similitud nos devuelve a las formas en que son las cosas. Las cosas caen en la clase de cosas verdes porque son similares en algún aspecto. Es difícil entender el término "aspectos" aquí sin considerar que se refiere a las propiedades de las cosas, a sus formas de ser. Si, entonces, la intención al introducir clases de cosas es mostrar que podemos prescindir de las propiedades como formas en que son las cosas, el esquema parece recurrir precisamente a las cosas que fueron diseñadas para excluirse.

Una segunda razón para dudar de que las propiedades sean más que simples categorías de cosas, es precisamente la dificultad de ver cuál podría ser la base de la pertenencia a una categoría aparte de las propiedades compartidas. En pocas palabras, las cosas pertenecen a la categoría de cosas verdes porque son verdes, no que sean verdes porque pertenecen a la categoría de las cosas verdes.

No creo que un firme oponente de las propiedades se impresione mucho con éstas observaciones. Nos encontramos en un campo donde es irrazonable esperar argumentos concluyentes. Lo máximo que podemos esperar es una descripción de las cosas que sea coherente con nuestra evaluación general de cómo son las cosas. En éste contexto, conviene recordar un punto simple. Consideremos las siguientes dos frases:
en particular. A primera vista, parece que hay algo en la bola que permite afirmar que es redonda, y algo más en la bola que permite afirmar que es verde. Al hablar de «algo en la bola», nos referimos, o de hecho parecemos referirnos, a cómo es la bola. Ésto es precisamente lo que hasta ahora se ha llamado una «propiedad». Entre ésta concepción de una propiedad -una manera particular en que una cosa es- y las concepciones de propiedades como totalidades. Algunos filósofos han usado la palabra «tropo» para designar lo que se llaman formas particularizadas. Ésta designación es opuesta, porque se ha puesto de moda entre los defensores de los tropos considerar las cosas como «conjuntos» de tropos. Ésto, a nuestro entender, convierte a los tropos en algo muy parecido a las partes de las cosas. Desde el punto de vista que proponemos, las cosas no están construidas con propiedades, como tampoco una bola de billar está construida con átomos o moléculas. Para repetir lo que se dijo antes, cuando contemplamos una cosa, podemos contemplarla como portadora implícita de propiedades -una sustancia, en el lenguaje convencional- o podemos contemplar las propiedades que posee. Desde éste punto de vista, entonces, una cosa no es una colección o conjunto de propiedades, sinó poseedora de propiedades.
Una cosa simple -es decir, una cosa que no tiene partes compuestas- es simplemente una cosa que posee ciertas propiedades. Las cosas complejas, como los átomos, las moléculas y las bolas de billar, son cosas en sentido derivado, cosas por cortesía. De la misma manera, las propiedades de las cosas complejas, en la medida en que pueden distinguirse de las propiedades de sus partes simples, son propiedades en sentido derivado. Una cosa compleja se construye a partir de cosas simples que poseen ciertas propiedades y guardan ciertas relaciones entre sí. Las propiedades que encontramos en las cosas complejas se construyen a su vez a partir de las propiedades de los componentes simples en éstas disposiciones. Según ésta perspectiva, la propiedad compleja no es más que eso. Las propiedades complejas no emergen; no son nada superiores a las propiedades de los componentes simples, al estar correctamente ordenados. 

El Tropo: es la instanciación de un universal en el mundo del testimonio, es decir, en un tiempo y lugar determinados; es decir, un particular abstracto que, en opinión de algunos, es esencial para la ontología.

<Cabe señalar, por cierto, que la concepción de propiedades puede dar cabida a universales alternativos, es decir, clases de propiedades completamente similares. Según ésta perspectiva, las cosas que podrían considerarse que comparten un universal pertenecen, de hecho, a la clase de cosas que poseen propiedades completamente similares.>

La relación de semejanza que éstas propiedades guardan entre sí es una relación "interna" primitiva. Las cosas se asemejan en virtud de sus propiedades, y las propiedades, que son la base de la semejanza, se asemejan cuando ésto sucede, sin añadir nada más. Supongamos que dos propiedades, A y B, son exactamente iguales. Entonces, ésta semejanza es intrínseca, es decir, inherente a la esencia misma de las propiedades. Una consecuencia de esto es que si la propiedad F es exactamente igual a A, entonces F también es exactamente igual a B.

Permítanme decir algo que puede inquietar a algunos lectores. He descrito las propiedades como formas en que las cosas son, lo que da la impresión de que las formas en que las cosas reales son agotan todas las propiedades. Sin embargo, hay formas en que las cosas podrían ser pero no lo son, o, de hecho, nunca lo serán. Por ejemplo, puede haber dos tipos de partículas que, si colisionan, producirán un tercer tipo de partícula con una propiedad única. Ésto podría ser así incluso si ésta colisión nunca ocurre. Dicho de otro modo: hay formas en que las cosas podrían ser pero no lo son, o nunca lo serán. De ésta manera, las formas pueden parecer misteriosas, fantasmales. Podemos evitar la ambigüedad observando que las formas posibles, no reales, yá están representadas en las formas en que las cosas reales son. Las propiedades de las cosas existentes son disposiciones de apariencias, son apariencias («dirigidas a» o «resultantes de») -en sí mismas propiedades o formas en que las cosas podrían ser- que nunca tienen por qué ocurrir. Ésta “disposición interna” de propiedades reales da base a afirmaciones sobre los posibles caminos no reales.

La naturaleza pareja de las propiedades.
Las propiedades son las formas en que las cosas son. Consideramos que ésta perspectiva se acerca a la concepción del sentido común. Distinguimos el verde de una bola de billar -del verde de una bandera de aviso ferroviario-, aunque ambas cosas puedan ser del mismo tono de verde. Hay dos ejemplos de verde, uno pertenece a una bola, el otro a la bandera. Ahora es momento de analizar con más detalle la naturaleza de las propiedades.

Creo que toda propiedad -y aquí, como en otras partes del blog-  simplemente confieren a su poseedor una cierta disposición o poder causal con una cierta cualidad. Consideremos, por ejemplo, la propiedad de ser esférica. En virtud de ésta propiedad, una bola de billar posee cierta cualidad, la cual llamamos «esférica». Pero también, en la medida en que posee ésta propiedad, la bola posee ciertas disposiciones o poderes causales. Usaré estos términos indistintamente, aunque prefiero «disposición» a «poder causal», pues considero que la causalidad se explica por referencia a la disposición de la bola, por ejemplo, su disposición a rodar -si se coloca en un plano inclinado.
Aquí estamos simplificando excesivamente, en un intento de mantener las cosas claras y específicas. Las cualidades y disposiciones de cualquier cosa dada resultan, al menos, de sus propiedades y las relaciones que éstas propiedades guardan entre sí. La disposición de una bola a rodar, por ejemplo, depende de su naturaleza esférica y sólida, y cada propiedad contribuye de forma específica a las cualidades y disposiciones de las cosas que posee. Ahora simplificamos el argumento también en otro aspecto. A lo largo de éste artículo hemos citado características familiares de las cosas como ejemplos de propiedades: el verde y la esfericidad, por ejemplo. Por diversas razones, el verde o la esfericidad pueden ser las propiedades genuinas, pero sirven como ejemplos y tienen la ventaja de evitar que el argumento se vuelva irremediablemente abstracto. En cualquier caso, el uso de éstos ejemplos no afecta al argumento central de éste artículo.

La idea de que las propiedades tienen una naturaleza doble debe distinguirse de la idea de que hay dos tipos de propiedades: propiedades disposicionales y propiedades categóricas (no disposicionales). Según ésta última concepción, no tiene sentido suponer que una propiedad puede ser a la vez disposicional y categórica. Toda propiedad es puramente disposicional o puramente categórica. Una propiedad disposicional, como la solubilidad de un cristal de sal o la fragilidad de un jarrón delicado, debe distinguirse de las propiedades categóricas, es decir, no disposicionales, o puramente cualitativas, como el enrojecimiento o el calor. En virtud de su posesión de propiedades disposicionales, las cosas se comportan de ciertas maneras, o tienden a comportarse de ciertas maneras bajo las condiciones adecuadas. En virtud de su posesión de propiedades categóricas, las cosas exhiben ciertas cualidades.

Partiendo del supuesto de que las disposiciones están vinculadas a tipos específicos de propiedades, los filósofos han propuesto diversas teorías. Algunos han argumentado que ambos tipos de propiedades son irrefutablemente distintos, mientras que otros, (observando que una propiedad que no confiere poderes o disposiciones causales a su poseedor no puede marcar ninguna diferencia en el mundo), han dudado de la existencia de las propiedades categóricas disposicionales. Tales propiedades, por ejemplo, están destinadas a ser indescubribles, con el argumento de que nuestro descubrimiento de una propiedad implica que nos afecte causalmente de alguna manera. Además, (como señalan éstos filósofos), los ejemplos habituales de supuestas propiedades categóricas no son convincentes. Tomemos, por ejemplo, el enrojecimiento o el calor. Sin duda, lo enrojecido dispone algo a reflejar la luz de cierta manera, y ser cálido dispone algo a afectar el aire circundante de una manera diferente. Cuando consideramos las propiedades que la ciencia atribuye a las cosas, éstas propiedades parecen ser disposicionales sin excepción; La posesión de masa, por ejemplo, o la posesión de una carga negativa, se caracteriza exclusivamente por la forma en que la posesión de éstas propiedades afecta el comportamiento de quienes las poseen. Consideraciones de éste tipo han convencido a algunos filósofos de que toda propiedad genuina es una propiedad disposicional.

Otro grupo de filósofos encontró extraña la idea de que las propiedades puedan ser puramente disposicionales. Un mundo compuesto exclusivamente de cosas con propiedades disposicionales parecería ser un mundo en el que las cosas, eternamente, importan realmente, pero nunca actúan. La acción de una cosa consiste en que sus disposiciones se manifiestan y aparecen, pero si la apariencia misma no es más que una mera disposición (una disposición a aparecer de cierta manera en las circunstancias adecuadas), entonces sería como un cheque bancario endosado por un cheque que a su vez está endosado por un cheque, y así sucesivamente hasta el infinito. A menos que el cheque sea endosado finalmente por algo distinto a un cheque, carece de valor. De igual manera, a menos que la disposición termine en algo que no sea pura disposición, no sucede nada.

S. Blackburn (1990, pág. 64) plantea la cuestión al respecto para los defensores de los mundos posibles: «Concebir todos los hechos sobre el mundo como disposicionales es suponer que un mundo se describe completamente por lo que es cierto en los mundos adyacentes. Dado que nuestro argumento era a priori, éstos hechos, a su vez, se pierden ante los hechos sobre otros mundos adyacentes, con el resultado de que no hay hechos en ninguna parte». (El autor)

Éste punto puede expresarse de una manera ligeramente diferente. Una disposición es en sí misma una manifestación (hablaré más sobre la manifestación de las disposiciones). Si cada manifestación fuera simplemente una disposición para otra, el resultado sería una regresión inaceptable. Es evidente que el mundo contiene tanto actualidades como potencialidades, es decir, disposiciones puras.

Reconociendo éstas dificultades, algunos teóricos han propuesto que las propiedades disposicionales deben fundamentarse en propiedades no disposicionales. Según éste punto de vista, una propiedad disposicional podría ser una propiedad de segundo orden, es decir, una propiedad que una cosa tiene en virtud de su posesión de alguna propiedad no disposicional del primer orden. Consideremos la propiedad disposicional de ser frágil. Ésta podría ser poseída por algo -éste delicado jarrón, por ejemplo- en virtud de su posesión de cierta estructura molecular. La posesión de ésta estructura es una propiedad no disposicional de primer orden que fundamenta la propiedad disposicional del segundo orden de fragilidad. Por lo tanto, el jarrón es frágil no en virtud de su posesión de una propiedad disposicional, sinó en virtud de su posesión de alguna propiedad estructural no disposicional.

No es fácil saber qué hacer con ésta proposición; pues es difícil ver, por ejemplo, qué podría significar que algo tenga una propiedad de segundo orden dada más que su propiedad fundamental de primer orden. Supongamos, por ejemplo, que la fragilidad es una propiedad de segundo orden que éste jarrón posee en virtud de poseer cierta propiedad del primer orden (quizás cierta estructura). ¿En qué sentido, exactamente, el jarrón posee dos propiedades distintas: una propiedad estructural no disposicional y una propiedad disposicional? ¿En qué sentido, entonces, es no disposicional la estructura del jarrón? Seguramente su estructura molecular es la misma que lo cualifica (lo predispone) a reflejar la luz de cierta manera, a ser sólido a temperaturas moderadas, a emitir cierto sonido al golpearlo con una varilla y, de hecho, a romperse al ser golpeado por algo más sólido. Si tener cierta estructura es una propiedad, entonces parece ser una propiedad disposicional, como cualquier otra que se pueda imaginar.

Por supuesto, puede resultar que muchas cosas con unas estructuras moleculares muy diferentes resulten frágiles. Pero ésto no debería llevarnos a dudar de que la propiedad de fragilidad que posee éste jarrón -la fragilidad de éste jarrón- sea una propiedad de primer orden bastante común, quizás la misma propiedad que hemos estado explicando: sobre la posesión de una estructura particular. Ésto concuerda bien con la perspectiva.

Lo que se ha defendido es que cada propiedad es a la vez una cualidad y una disposición. Cada propiedad contribuye de forma distintiva a las cualidades y disposiciones de las cosas que posee. Solo podemos separar éstas naturalezas con el pensamiento, así como podemos separar mentalmente la triangularidad de un triángulo de la triangularidad de sus lados considerando una sin considerar la otra.

El señor Locke llamó a ésta actividad «consideración parcial». Lo que nos permite considerar el color de algo sin considerar su forma, o considerar su forma sin considerar su color, aunque todo lo que tiene forma debe ser algo que tenga un color.

¿Qué relación guarda una disposición particular con su naturaleza cualitativa? Ambas no están necesariamente relacionadas, como la triangularidad y la trigonalidad, sinó que son la misma propiedad vista desde dos perspectivas diferentes. Ésta relación es similar a la que encontramos en las imágenes ambiguas. Imagínate el rostro de una anciana y el rostro opuesto con el perfil de una joven. Las mismas líneas forman ambas imágenes, y podemos distinguirlas mentalmente al desviar la atención. Pero una no puede existir sin la otra, de la misma manera que la disposición interna (interna/externa) de una propiedad sólo puede separarse de su naturaleza cualitativa con el pensamiento.
Sin embargo, la idea de que las características disposicionales de las cosas se basan en su estructura parece ser errónea. Las estructuras mismas, como hemos visto, son disposicionales además de cualitativas. Más importante aún, en la medida en que podemos concebir las cosas simples sin partes y, por lo tanto, sin estructura, debemos concebirlas como poseedoras de disposiciones. Son capaces de hacer más de lo que realmente hacen. Si existen partículas elementales, éstas partículas son sin duda capaces de infinitas interacciones más allá de aquellas en las que realmente participan. 

<Todo indica que el disposicionalismo es una característica fundamental de nuestro mundo.>

El debate sobre si las propiedades son disposicionales o categóricas ha adoptado la siguiente forma. La primera postura argumenta que la concepción de una propiedad no disposicional es la concepción de una propiedad que no supone ninguna diferencia para su poseedor. De ello, concluyen que una propiedad genuina no es categórica; es decir, no es, según el diccionario de lo especial, cualitativa. La otra postura se centra en la proliferación del disposicionalismo puro y concluye que una propiedad genuina no es disposicional.

Los argumentos de ambos lados pueden ser correctos en un aspecto e incorrectos en otro. Quizás el problema simplemente radica en que sacan conclusiones inapropiadas. Supongamos que cada característica es una tendencia. Es de ésto, que no se sigue, que ninguna propiedad sea una cualidad. De igual manera, si toda propiedad es una cualidad, no se sigue que ninguna propiedad (ni ninguna propiedad genuina del primer orden) sea disposicional. Ninguno de éstos dos resultados se sigue, pues los dos argumentos que los sustentan son consistentes con la postura aquí presentada, a saber, que toda propiedad tiene una naturaleza y es a la vez disposicional y cualitativa.

Antes de continuar, quisiera llamar la atención sobre la naturalidad de ésta concepción de las propiedades. Consideremos una propiedad como la de ser cuadrado. Ésta propiedad es un buen ejemplo de lo que se han considerado propiedades categóricas. Es cierto que la propiedad de ser cuadrado confiere a su poseedor cierta cualidad, una cualidad que la vincula con la cuadratura. Pero es igualmente cierto que ser cuadrado dota a las cosas de ciertos poderes o disposiciones. Un tapón cuadrado pasaría por un agujero cuadrado, pero no por uno redondo, donde el diámetro del agujero es igual a la longitud del lado. Una cosa cuadrada tendría un sensorio diferente al de una cosa esférica. Es difícil no concluir que ser cuadrado es a la vez disposicional y cualitativo, y en ésto se asemeja a cualquier otra propiedad, o a la cuadratura, así digo.

Assalamo Aleikum.