UNA EVALUACIÓN OBJETIVA. (Sociales)
La crisis espiritual nunca ha existido. Lo que existen son las vicisitudes de unos seres humanos que tiran la toalla demasiado deprisa y que convierten su existencia en un problema por culpa de su aferrado egoísmo. No saben tener paciencia (y la mayoría) ni siquiera saben escuchar.
Ese problema es la consecuencia de una falta de expansión y formación, (y con el tiempo), el aferramiento les engaña para venderles una mercancía que es defectuosa y mundanal, que resulta, en un desinterés por los temas espirituales, lacerando así la vitalidad y oscureciendo con las suspendidas penas entre las tradiciones culturales y lo que opinan los demás.. se dejan llevar por la compañía y todos terminan en el abismo profundo con los afligidos que están vacíos interiormente.
Tenían un tesoro escondido delante de ellos, pero no han alcanzado para verlo. Entre las culturas, las tradiciones y las numerosas religiones, se han perdido, (o han huido), por completo de la búsqueda de ellos mismos, poniendo ídolos de barro en dónde tiene que estar la espiritualidad.
Estaban a punto de alcanzar el fruto deseado, pero lo han ajado y puesto entre dos troncos de madera. Asi es cómo llegó a producirse el sentimiento de profunda amargura y dejadez, en una suerte de esquizofrenia (tanto colectiva como individual) para la que aún no han encontrado remedio. Naciones enteras se volcaron al ateísmo inducidos por las fábulas del avestruz qué, queriendo volar, le salieron cuernos y se quedaron sin orejas, olvidando lo que era suyo desde los albores del tiempo.
Esa sordera nació en el Occidente, cuyos ecos aún resuenan en todos aquellos que han imitado sus falsas declaraciones de lealtad por parte de las autoridades que siempre quieren ir un paso por delante.
Muchos ulemas parecen muy buenos creyentes por fuera, pero son como los hipócritas por detrás cuando cambian su domicilio habitual y se instalan en Occidente. Se trata de danzar con el propósito de trabajar.. de tener un posible contrato con el qué sustentarse, pero venden su libertad a un postor carente de toda caridad. Después surge la fina y elegante envidia, que aumenta más aún el plato de la codicia. Prefieren tener la comodidad material, que la sana vocación de la enseñanza. Así, la juventud está perdiendo la religión del Islam y menospreciando su legado.. se han quedado sin nada que llene su vacío espiritual, por un afán codicioso de hacer dinero para dilapidarlo en futilidades, o por consumir sin tener la menor intención de hacer algo de provecho. Hombres de religión, en su mayor parte sometidos a un poder que utiliza esa misma sumisión para desacreditarlos ante la gente corriente. Gobiernos, que tras haber perdido guerras y enfrentamientos se apresuran a proyectar fábulas para distraer a la sociedad sobre sus derrotas.
Mujeres que no han encontrado un comportamiento decente que equilibre su pasión consumista.
La ley de la selva se enseñorea de todo y en la que toda buena persona es señalada de ingenua, de idiota o de inútil.
Los comportamientos en la calle, en casa o en el trabajo (que a simple vista) no sabría decirse si corresponden o no con los musulmanes.
Y, sobre todo ésto, los agotadores problemas de la vida diaria que dejan a la mayoría sin fuerzas para dedicarlas a acrecentar su saber o/a perfeccionar su moral.
Y el musulmán está triste, aquel que, a pesar de todo ésto, conserva una brizna de espiritualidad y se pregunta: ¿qué hacer?. Reflexiona con entrega y aplicación y sólo consigue ver con claridad la dificultad que tiene el musulmán para practicar su religión en el seno de la sociedad en la que vive, y para proteger de tropiezos a su familia e hijos.
De la misma manera que nuestros jóvenes en otros países, llenos de títulos, de experiencia y de desprecio por la sociedad en la que han crecido, no piensan más que en emigrar, también los jóvenes creyentes piensan en emigrar en un sentido diferente del término-, llevándose consigo la religión y sus creencias tras haber calificado de 'impía' a la sociedad en la que viven. Y se van, sí, repitiendo alguno de éstos hadices atribuidos al Profeta: "Llegará un tiempo en el que aferrarse a la religión será como aferrarse a una brasa ardiendo", o "El islam comenzó siendo extraño y volverá a ser extraño como al principio. ¡Bienaventurados sean, pues, los extrañados!" ¡Bienaventurados sean los extrañados! es un lema que bien podríamos aplicar hoy tanto a las personas religiosas como a las laicas.
Es sabido, que en algunas sociedades que han pasado por sucesos violentos o que han sufrido profundas y continuas transformaciones, surgen muy frecuentemente comunidades religiosas cuyos miembros se retiran del mundo para vivir en otro, cerrado y destinado sólo a sus iguales, y que restringen hasta límites extremos el contacto y la relación con el exterior. En el judaísmo, el cristianismo y también en el islam -y tal vez en otras religiones igualmente- han surgido grupos semejantes, y, entre los ejemplos históricos que mejor demuestran éste rechazo a acomodarse a las nuevas circunstancias, está la postura adoptada por los judíos fariseos frente a los no judíos, sustanciada en la imposición de normas muy severas para evitar el trato con éstos últimos. Esa postura pudo haber estado justificada en el siglo II antes del profeta Jesús, cuando el helenismo amenazaba con aniquilar el judaísmo y hacerlo desaparecer, pero yá no hubo caso para un celo religioso en un territorio hostil al islam, o donde predomine la impiedad, y residir entre buenos musulmanes con el objeto de recuperar (lo que se pueda) de los malos musulmanes. Es un concepto "recuperar" para aquellos que practican el islamismo radical contemporáneo que goza de gran protagonismo en su ideario. El término takfir significa "acusar de impiedad o herejía a una persona, un colectivo o un régimen político". Las consecuencias de éste anatema son graves yá que, tras recibir el baldón, el así calificado entra a formar parte de la Dar al-kufr o Dar al-harb (la casa de la impiedad o la casa de la guerra), que en la cosmogénesis islámica clásica es lo opuesto a la Dar al-islam (la casa del islam) y que son susceptibles del exacerbado extremismo.
De igual manera, en muchos lugares del orbe cristiano y particularmente desde mediados del siglo XIX, surgieron comunidades de creyentes -la más conocida de todas son los llamados T. de Jehová a quienes les resultaba difícil armonizar sus creencias tradicionales con las emanadas de la Biblia con los nuevos descubrimientos en los campos de la astronomía, la biología, la química o la medicina y con las nuevas teorizaciones acerca de la historia de la Tierra y la aparición en ella de la vida. Su respuesta fue evitar todo el contacto con esas doctrinas científicas predominantes en la sociedad de su tiempo y entender qué, para preservar su fe, no les quedaba más remedio que aislarse totalmente de una sociedad cuya cultura y formas de vida conducían inexorablemente a la impiedad. La consecuencia fue que éstas comunidades terminaron siendo rechazadas y ellos aceptaron su condición de minoría dentro de una sociedad, con cuyos miembros, al menos en apariencia, compartían religión.
En el islam ha habido algunos fenómenos parecidos. El ejemplo más reciente es el grupo egipcio denominado Al-Takfir wa-l-hichra (Anatema y Emigración), cuya diferencia es esencial con el grupo Al- Ijwan al-muslimun (Hermanos Musulmanes) -a pesar de que su universo ideológico está más dentro del radicalismo.
Según el criterio, el musulmán ha tenido siempre pruebas concluyentes de que su religión valía para todo tiempo y lugar, -de que era capaz de ofrecer a su sociedad y también a otras- la mejor solución con la que enfrentarse a sus problemas, si se mantenía fiel a sus principios, obtener la felicidad en éste mundo y en el otro.
El musulmán está obligado a ver a los no musulmanes -por muy grande que sea su número- como gentes merecedoras de lástima
y conmiseración, como personas extraviadas del recto camino y/a quienes Allah no ha otorgado la gracia de descubrir los arcanos del Bien y la Salvación. La aparición de la tristeza en éste panorama es la prueba más cierta de que la confianza del musulmán en su fe ha comenzado a desmoronarse, de que yá no ve en ella la solución a sus problemas ni encuentra en sus enseñanzas la ansiada serenidad de espíritu. Pero éste estado de tristeza es también algo que pueden utilizar sus oponentes para confirmar el estado de postración y de debilidad en la que se encuentra o para demostrar que el islam yá nunca más podrá satisfacerle ni proporcionarle felicidad y protección.
Se sabe, que Francisco de Asís animaba siempre a sus acólitos a que se mostraran alegres con su religión, que exteriorizaran en su forma de vivir y en sus acciones la felicidad que los embargaba. Pensaba que así se atraería a más personas a la religión porque todos se preguntarían qué era aquello que llenaba los corazones de beatitud y certeza, de contento y de paz, y, al saberlo, otros querrían experimentarlo por sí mismos.
Si el musulmán es un buen creyente, ¿qué le impide hacer lo mismo? Podría alegar, ciertamente, que yá no le es posible porque vive en una sociedad en la que está solo, o casi, y que se siente extraño y ajeno, o casi. Le responderíamos, entonces, primero con éste verso de Al-Mutanabbi: "Allá donde esté, el hombre noble y digno siempre va solo".. y le diríamos también que él no es el único que vive en ese estado de extrañeza y ajenidad. ¿No se sienten extraños nuestros intelectuales cuando en la sociedad sólo encuentran indigencia cultural? ¿O nuestros científicos cuando sus laboratorios carecen del instrumental necesario para continuar con sus investigaciones? ¿O nuestros artistas, que sólo reciben desdén por su trabajo y todo a su alrededor se confabula para destruir la capacidad de percibir la belleza?
El musulmán debe reexaminar su religión y tratar de encontrar en ella la serenidad y la satisfacción con la que robustecer su fe. Y ha de hacerlo aunque sea él el único musulmán de su entorno, porqué ¿acaso no está solo cualquier buen creyente de cualquier religión, perdido en medio de ésta civilización secularista occidental, hoy extendida por todo el planeta? Así pues, el examen religioso es una cuestión también merecedora de nuestro propio examen.
Reexaminar la religión, sí, pero ¿bajo qué presupuestos? Dicho de otro modo, tenemos la plena certeza de que mucho de lo que hoy tomamos por religión no son más que añadidos y aderezos interesados, motivados por siglos y siglos de conflictos personales o doctrinales, de ignorancia y superstición, y de ganas de satisfacer a los príncipes y sultanes. Algunos de las escuelas jurídicas falsificaron exégesis coránicas; se dejaron de hacer comentarios literalistas del Corán, por preferir otros que servían mejor a los intereses del momento; se inventaron hadices para imponer un punto de vista concreto; se llegó casi a divinizar al Profeta.. se escribieron biografías del Profeta para acomodar sus contenidos a los valores efímeros del presente; se mintió porqué algunos creyeron que así se ayudaba a la fe.. Todo ésto, y mucho más, ha terminado por conformar un farragoso legado "religioso" en cuyo laberinto el creyente se extravía. Algunos musulmanes creen en preceptos que no forman parte de la religión, pero que pueden sumirlos en una intensa aflicción y convertirse en obstáculos insalvables para poder convivir con el progreso, empujarlos a condenar lo que no es condenable en absoluto, o forzarlos a aislarse y/a replegarse en sí mismos, situaciones que además de ser inútiles resultan imposibles de llevar a la práctica en la sociedad actual.
¿No sería mejor que los musulmanes tristes dedicaran hoy todos sus afanes para intentar penetrar en la verdad de la religión y/a purificarla de todas las adulteraciones sobrevenidas, para luego compendiar la valiosa esencia resultante y ofrecérsela a la sociedad? A esa sociedad, tan imbuida de elementos extranjeros y ajenos, que ha terminado, también ella, por alejarse de esa valiosa esencia para ocuparse de otros asuntos. Necesitamos una biografía del Profeta que no oculte datos ni los invente. Necesitamos eliminar de los Hadices todo lo falsificado, aunque ello suponga abrogar la mayor parte de su corpus. Necesitamos volver a un comentario literalista del Corán que no se convierta en un texto socialista o capitalista, ni pretenda engañarnos con la idea de que el radicalismo es lo que se lleva. Necesitamos reescribir la historia islámica basándonos en nuevos presupuestos y ser más precisos en el estudio de los grupos religiosos y de las escuelas jurídicas del islam, a cuyos asuntos, sus propios protagonistas atribuyeron fundamentos religiosos que en realidad sólo enmascaraban motivaciones sociales, económicas y políticas. Necesitamos desarrollar una visión de nuestra religión que no se considere una forma de traslados por los diversos sectarismos.. que trate los problemas actuales de los musulmanes con seguridad y encarando esas dificultades del presente y del futuro. Necesitamos sembrar la fe en los jóvenes, una fe basada en las verdades firmes, no en embustes qué, al revelarse como tales, se llevan por delante toda la creencia. Y necesitamos, por último, purificar la fe de las supersticiones que han sido siempre, y lo siguen siendo hoy, motivo de perplejidad para todo aquel que disfruta de una porción, aun mínima, de inteligencia.
Si hiciéramos ésto, tal vez lograríamos obtener algo de certidumbre y una fe fuerte y alegre -muy distinta a la de los débiles, los tristes y los vencidos- y conseguiríamos relacionarnos con la civilización occidental desprovistos de todo complejo de inferioridad y de todo resto de humillante sometimiento o dignidad menoscabada. Entonces, y sólo entonces, la emulación que hiciéramos de sus modelos sería natural, como lo fue la que hicieron las primeras generaciones de musulmanes de las culturas de su entorno. Natural, sin ningún sentimiento de vergüenza o rebaja, llegando incluso a no percibir que los estamos imitando. Y si lo que termináramos por hacer fuera rechazar sus valores y sus comportamientos por creer que no son acordes a nuestra naturaleza, tal rechazo se produciría sin intolerancia ni engreimiento, llegando incluso a no ser conscientes de que los estamos rechazando.
No resultaría inverosímil del todo pensar que los países islámicos llegaran algún día a conformar un tercer bloque con el mismo poder, influencia y capacidad de decisión en los asuntos internacionales que tienen los dos grandes bloques hoy existentes. Aunque lo que sí sería quimérico es imaginar que ese hipotético bloque islámico consiguiera serlo basándose sólo en la piedad religiosa de sus miembros y en la creencia del hombre musulmán común y corriente de que el islam puede subvenir a todas las necesidades de su día a día.
En los últimos dos siglos se han producido en el mundo, y en la vida de las personas, muchas transformaciones de tanto calado y cambios tan decisivos que los musulmanes se ven impelidos a redoblar los esfuerzos, tanto en el ámbito intelectual como en los asuntos de la vida diaria, para demostrar que el islam puede responder a sus necesidades tal y como ellos las perciben en la actualidad. Tendrán que aceptar que el mundo es hoy uno solo, y que no es posible evitar el contacto con otras religiones y otras culturas, ni dejar de admitir los hechos científicos consensuados que están razonablemente expuestos, si no quieren verse forzados a aislarse de la sociedad y/a considerarla un foco de impiedad. Tendrán que entender, por último, que aferrarse a ciertos constructos doctrinales anticuados no implica dar continuidad a la concepción esencial de la religión, sinó a sospechar que tales ideas no son más que deformaciones en la perspectiva vital de quienes las formularon. Sólo entonces, los musulmanes podrán aportar a la Humanidad y/a la civilización universal el tesoro espiritual de su legado religioso, tan desconocido hasta hace poco. Y podrán hacerlo justamente ahora, cuando los occidentales están comportándose, por vez primera desde hace tres siglos, como los romanos paganos de la antigüedad en el momento de la aparición del cristianismo: intentando descubrir en otras religiones las certezas que pudieran guiarlos por el camino recto.
In sha Allah.
Assalamo Aleikum.