El verdadero patrimonio de la Administración Pública es la renta de la tierra. Si la deja extraviar por cauces secundarios, la sequía del cauce principal le inducirá al saqueo, por lo mismo que la esterilidad del suelo hace ladrón al beduino; Y un Gobierno creado bajo la influencia de estas circunstancias, ¿en que cifrará su esperanza de supervivencia sino en el acopio de fuerzas para sojuzgar por el terror a los futuros despojados?.
Actualmente hay que pagar impuesto sobre todo cuanto se come, se bebe, se quema, se viste o se calza;Sobre todo cuanto nos agrada ver, oir, palpar, oler y gustar; sobre el calor y el frio; sobre el aire, sobre el agua, sobre la luz natural, sobre la luz artificial, sobre el reposo y sobre la locomoción; sobre cuanto proviene de la tierra, o de debajo de ella, o del extranjero, o del interior, o de la atmósfera o del mar; Sobre las materias primas y los productos manufacturados; sobre la virtud, sobre la fecundidad, sobre el pensamiento, sobre la habilidad, sobre el estudio, sobre la golosina del niño y la medicina del enfermo; sobre la toga del juez y la hopalanda del ahorcado; sobre todos los méritos y todos los vicios; sobre el amor, sobre el odio; sobre el nacimiento y el fallecimiento, por defender al inocente y por curar al malherido; por jugar, por aprender, por escribir, por lavarse la cara y por llevar planchada la camisa.
Frente a ese desenfreno sobran las Constituciones. Donde por todo hay que pagar, la libertad es mentira; la Administración una enemiga de la dignidad humana, y la ley, una violación contínua de los derechos naturales.
La libertad y la democracia carecerán de vigencia mientras no se establezca el respeto absoluto a la propiedad privada. Sin propiedad exclusiva, a los propios bienes, nadie puede sentirse libre. Donde los hombres no son libres, el derecho democrático es inviable y la libertad es una ficción.
El derecho de propiedad, por su propia naturaleza, tiene dos vertientes; la social y la individual, que no es correcto confundir, como suelen hacer los doctrinarios de los dos grandes bloques sociales, el del capitalismo monopolístico privado y el del Capitalismo monopolístico del estado. Esa infausta confusión que tiene lugar en la práctica, es la que mantiene al mundo en completa descomposición económica y social, y que lo va aproximando cada vez más al borde del abismo donde se hundirá la actual civilización.
Los bienes naturales, esto es, la tierra, el aire y el sol, son los que constituyen lo que se llama correctamente "propiedad social"; los bienes artificiales, esto es, los que creamos los hombres mediante nuestro trabajo, son los que constituyen la propiedad particular de aquellos que han contribuido a crearlos. Nadie tiene derecho a apropiarse la tierra sin atropellar el sagrado igual derecho de los demás. Como quiera que no se respete la regla moral que así lo dictamina, iniciamos los pactos y reglamentaciones sociales bajo los auspicios de una tremenda injusticia, cuyos efectos no pueden ser otros que los estamos viendo y padeciendo.
El misterio para salir del atolladero, en que estamos inmersos, no es un enigma indescifrable. La salida es bien sencilla y la tenemos a dos palmos de narices. Bastaría con que todos los que usan la tierra para sus labores agrícolas, industriales, comerciales y de viviendas, paguen a la Administración Pública--puesto que la tierra es de la sociedad-- la renta correspondiente a su valor; con esto, la Administración dejaría de castigar con impuestos múltiples a los trabajadores, que son los creadores de la riqueza.